5 razones para no avergonzarse del evangelio
El evangelio de Jesucristo ha sido un mensaje central en la vida de millones de personas alrededor del mundo durante más de dos mil años. A pesar de su antigüedad y las diversas culturas que ha atravesado, algunas personas hoy en día pueden sentirse incómodas o incluso avergonzadas de compartir su fe cristiana. Sin embargo, hay razones convincentes por las cuales no deberíamos avergonzarnos del evangelio.
Una de las razones más poderosas para no avergonzarse del evangelio es su capacidad para transformar vidas. A lo largo de la historia, innumerables testimonios de personas que han sido tocadas por el mensaje de Cristo demuestran cómo ha restaurado familias, sanado relaciones y cambiado patrones de comportamiento destructivos. El apóstol Pablo, en el Nuevo Testamento, específicamente menciona que no se avergüenza del evangelio, pues es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree (Romanos 1:16). Esta transformación radical es una evidencia palpable del poder inherente al mensaje cristiano.
El cristianismo no es una creencia aislada ni nueva; tiene sus raíces en una rica tradición que se extiende por varios milenios. Al adherirse al evangelio, no solamente se comparte una creencia personal, sino que también se participa en una historia y comunidad globales que atraviesan generaciones y culturas. Esto proporciona un sentido de pertenencia y continuidad, alineando a los creyentes con una extensa red de fieles que han encontrado en estas buenas nuevas una fuente de esperanza y guía a lo largo de los siglos.
El evangelio promueve un conjunto de valores y principios éticos que han demostrado ser beneficiosos no solo para los individuos sino para las sociedades en su conjunto. Estos incluyen el amor, la paz, la paciencia, la bondad, la fidelidad, la gentileza, y el autocontrol. Estos principios fomentan comunidades más saludables y justas, y ofrecen una guía clara para llevar una vida moral y ética. Abrazar estos valores y vivir según ellos es algo de lo cual nadie debería avergonzarse, sino más bien, ser motivo de orgullo y confianza.
En un mundo frecuentemente sacudido por crisis y desolación, el evangelio ofrece una esperanza real y tangible. Esta esperanza no se basa en circunstancias cambiantes o en promesas humanas que a menudo fallan, sino en la promesa de vida eterna y un futuro asegurado a través de Jesucristo. Esta esperanza es un ancla firme para el alma, proporcionando paz y seguridad incluso en los momentos más turbulentos. Compartir esta esperanza con otros puede ser un faro de luz en la oscuridad, un motivo de gran alivio y consuelo para aquellos que enfrentan dificultades.
Finalmente, los cristianos no solo están invitados a disfrutar del evangelio por sí mismos; también reciben el mandato de compartirlo con otros. Jesús mismo comisionó a sus seguidores para que difundieran las buenas nuevas a todas las personas (Mateo 28:19-20). No compartir el evangelio podría considerarse una desobediencia a este mandato. La importancia de este encargo divino debe superar cualquier temor o vergüenza que podamos sentir al compartir nuestra fe.
En conclusión, no hay razón para ocultar o sentir vergüenza del evangelio. Su poder transformador, su rica tradición histórica, sus valores sólidos, la esperanza incambiable que ofrece y el mandato explícito de compartirlo refuerzan la importancia y la relevancia de este mensaje que, lejos de pasar desapercibido, debe ser proclamado con confianza y orgullo. El evangelio de Jesucristo sigue siendo una buena noticia relevante y necesaria para el mundo de hoy.